No hay duda de que este año 2014 es un año de efemérides.
Sobre todo oímos hablar del
tricentenario de la caída de Barcelona en 1714 y del estallido de la I ª Guerra Mundial.
Pero también hay algunos, pocos, que cuando piensan en el año 14 , no puede evitar
pensar que en 1914 un joven de 24 años que había empezado a destacar en el teatro de
variedades se dejó convencer para pasarse al mundo del cine, un mundo que todavía estaba
buscando su forma propia para contar historias.
Aquel joven llevaba toda su vida sobre los escenarios y se adaptó rápidamente al slaptstick, la
comedia de persecuciones, porrazos y pasteles de nata en la cara, pero él sabía que el ritmo
frenético y la improvisación propias de las películas de la compañía Keystone,
no le dejaban desarrollar plenamente todo su talento.
Pero fue justamente
fruto de aquella improvisación que inventó un personaje a su medida que
resultaría también hecho a la medida del cine mudo (entonces
simplemente cine). Removiendo los
almacenes del estudio, se probó un sombrero de bombín, una chaqueta estrecha, unos pantalones anchos, unos zapatos enormes, un bastoncillo y un bigotito.
En su tercera aparición en la pantalla, aprovechando el escenario real de
una carrera de automóviles, Charles Spencer Chaplin ya
apareció caracterizado como el personaje más popular que haya habido nunca. En
febrero de 1914 nació Little
Tramp, el entrañable vagabundo,
Charlot.
El éxito de Charlot
fue prácticamente inmediato, aquel personaje que había resultado
del todo indiferente a los espectadores de aquella carrera, convertiría a
Chaplin en el hombre más famoso del mundo en tan sólo dos años. Pronto Chaplin pudo dirigir sus
películas y poner, tanto la cámara como el nuevo personaje, al servicio de sus
grandes dotes como actor. Se creó una simbiosis perfecta entre un actor, que
dominaba como nadie el arte de la pantomima, un personaje con el que todo el
mundo podía sentirse identificado, y un director perfeccionista que controlaba
meticulosamente la puesta en escena. Los tres es ganaron rápidamente el
aplauso unánime de espectadores y críticos, de ricos y pobres, de niños e intelectuales de todo el mundo.
Las películas se
fueron alejando del puro slapstick a medida que Chaplin pudo
controlar el ritmo. Cada vez le dedicaba más tiempo a la depuración de los gags, y la cámara se tomaba
más tiempo y se acercaba para mostrar las emociones. El éxito permitió a Chaplin, además de dirigir, controlar también
la producción y la distribución, pudiendo dedicar meses de
preparación y de rodaje en unos largometrajes en los que combinaba la comedia y el
melodrama.
El
vagabundo
Fue en The tramp (1915) que Charlot pasó a
ser definitivamente un
vagabundo, incorporando muchos de los rasgos psicológicos que la
acompañarían en adelante: su obsesión por mostrar una apariencia distinguida, y la incompatibilidad entre su
carácter antisocial y sus aspiraciones románticas. El final de The tramp también
se convertiría en un
final característico para las aventuras del vagabundo: un final marcado por la renuncia sentimental, volviendo a emprender el camino solitario, sacudiendo un pie atrás para
librarse del mal trago y recuperar su andar característico.
La elección del
vestuario condicionó la personalidad del personaje.
Un indigente que intenta aparentar
cierta distinción, un inadaptado que se esfuerza en mantener cierta dignidad pese a
rechazar la sociedad. Ese dualismo fue evolucionando junto con la complejidad y la longitud de las
películas , y que acabó reflejando todas las miserias y las grandezas de la
naturaleza humana , resultando un personaje perfectamente identificable para
cualquier espectador del planeta .
La miseria y la
marginalidad habían llevado al vagabundo a convertirse en un ser individualista
y agresivo, pero que también era capaz de enternecerse ante los verdaderos desvalidos. Nunca se podía predecir si
reaccionaría con cobardía o si se sublevaría violentamente, si se impondría el
misántropo insolidario o el héroe romántico. Empeñado
en mantener la dignidad
en la pobreza, había aceptado su solitario destino y el maltrato de la sociedad, pero de vez en cuando,
imprevisiblemente, reaccionaba contra la injusticia de forma airada. Su
carácter subversivo, fue otro de los factores asociados a su enorme éxito. Los
agentes de la ley o los que imponían su voluntad por la fuerza, siempre eran
objeto de escarnio.
Como Chaplin, que necesitaba la libertad absoluta
para crear, también Charlot era un espíritu libre, contrario a todo orden y autoridad, siempre fugitivo para no ser
atrapado por la sociedad. Chaplin y Charlot se sublevaban contra una sociedad que quería masas
dóciles y condenaba a la miseria a los inadaptados. Miseria que Chaplin conocía
y mostraba en toda su crudeza. Antes de encontrar trabajo de actor, a los nueve años, el pequeño Charlie había vivido de
cerca la pobreza extrema y la crueldad de las instituciones
públicas victorianas. Su tortuosa infancia dickensiana en el East End de Londres, marcó toda
su obra y quedó plasmada especialmente en películas
como La calle de la Paz (Easy Street , 1917) o El niño (The kid , 1921).
Jackie Coogan interpretó el papel de un niño al que quieren separa de su padre adoptivo, Charlot, para ser llevado a un hospicio. |
La
muerte de Charlot
El enorme éxito del
personaje obligó Chaplin a encasillarse desde un principio, pero eso no le molestó,
al contrario, todo el mundo quería Charlot, y el mismo
Chaplin no fue una excepción. Su amor por el vagabundo le hizo hacer caso omiso a la evolución que tomaba el cine y que sólo adoptara los recursos técnicos
que podía poner a su servicio. Por eso, cuando ya era evidente que el cine
sonoro iba a reemplazar al mudo, Chaplin se resistió a hacer hablar a su pequeño vagabundo.
Bien es cierto que
las limitaciones técnicas de los primeros filmes sonoros obligaban a un cierto
retroceso en cuanto a capacidades narrativas, por ejemplo obligando a los protagonistas a
hablar dirigiéndose a un gran jarrón con flores. Pero el verdadero motivo de
los recelos de Chaplin, era que sabía que poner voz al vagabundo equivalía a sentenciarlo a
muerte, pues su arte era en esencia, la pantomima .
Después de Luces de ciudad (1928 ) y Tiempos modernos (1933), en las que añadió banda sonora sin
hacer hablar a los protagonistas, Chaplin ya no podía seguir oponiéndose a la
evidencia de la imposición absoluta del sonoro Pero Charlot no podía
sacrificarse si no era por una causa lo bastante elevada, y el ascenso del
nazismo en Europa le ofreció una en bandeja de plata.
Adolf Hitler había
nacido la misma semana que Chaplin y, además, había tenido la osadía de copiar el
bigotito de Charlot. Chaplin se tomó aquello como una llamada del
destino que no podía ser ignorada. En los primeros meses de 1939 ya tenía el guion de El Gran Dictador, que comenzó a rodarse apenas
unas semanas después del estallido de la Segunda Guerra Mundial. En la
película, Chaplin parodiaba a Hitler e interpretaba también a un barbero judío
que vestía como Charlot, y que acabaría suplantando al dictador para hacer un
discurso en el que el humanismo ocuparía el lugar del odio y la violencia.
El final de Charlot
no sería, como en tantas otras ocasiones, un final abierto que lo mostraba
alejándose despreocupado y solitario; alzaría su voz contra el totalitarismo y en favor de
la paz y la esperanza. Pero, como explica Esteve Riambau[i], hay algo en el discurso final que no
acaba de encajar, y es que, no es ni el dictador ni tampoco
el barbero quien habla, es el mismo
Chaplin quien alza la voz contra el nazismo, contra las consecuencias de la
deshumanización de la que ya había alertado en Tiempos
Modernos (1933 ).
Darle a Charlot el
canto de cisne perfecto conllevó infinidad de problemas para Chaplin. Durante el rodaje recibió
fuertes presiones por parte de la embajada alemana. Estados Unidos aún se
mantenía neutral en el conflicto, y sus autoridades también presionaban para no
crear problemas diplomáticos. Una vez terminada tuvo grandes problemas de distribución y fue
prohibida en diversos países, entre ellos España. Además, la autocomplaciente sociedad
norteamericana de posguerra, no seguiría tolerando la mirada crítica del cineasta, que se vio obligado a abandonar el
país tras ser acusado de comunista por el macartismo.
Después de alcanzar
la cima de la fama, Chaplin fue encadenando errores tanto en su vida pública como en la privada, pero no se equivocó nunca en lo que debía hacerle hacer a Charlot para
convertirlo en un personaje que, por más años que pasen, seguirá haciendo al
público reír, llorar e indignarse ante la injusticia. Ahora se cumplen los primeros cien
años de la eternidad de Charlot.