En el debate soberanista, se produce un hecho curioso. Mientras el nacionalismo catalán o el vasco no tienen ningún problema en aceptar que defienden una ideología nacionalista, al otro lado se encuentran un nacionalismo que niega ser nacionalista. Esta jugada le sirve para poder utilizar la abundante literatura que critica la ideología nacionalista en general (por idealista, sentimentalista, irracional, etc.) contra el caso concreto del nacionalismo catalán, sin tener que aceptar esas críticas en contrapartida.
Defender que en España sólo hay y debe haber una única nación, es una forma de nacionalismo, por más que se empeñen en negar esta evidencia. Ser no-nacionalista podría ser defender un Estado plurinacional, o defender el cosmopolitismo y el dejando de lado debates identitarios, pero no se puede afirmar que uno es no-nacionalista cuando se afirman cosas como las que dice el ex-ministra de Cultura.
Pero que nieguen que sean nacionalistas contra toda evidencia, no es en mi opinión lo más grave, sino el hecho de que nieguen incluso, también contra toda evidencia, que el nacionalismo español exista. Si una ideología no existe, no puede distorsionar la percepción de la realidad, y no puede entrar en contradicción con otras ideologías de la derecha española como el neoliberalismo, por ejemplo. Es por eso que no ven ningún problema en españolizar a los niños catalanes. Si no hay una ideología nacionalista española no hay ningún inconveniente en enseñar que sólo existe una nación en España, que eso de la autodeterminación sólo es un derecho del pueblo español, etc. Todo esto no es adoctrinar, es contar la verdad, porque ellos captan la realidad sin ningún tipo de sesgo ideológico i cualquier otra cosa es manipulación y sectarismo. Quizá sea de esta capacidad para conocer la verdad de donde proviene el aire de superioridad que se desprende de las declaraciones de dirigentes del PP como Aguirre, Montoro o Wert.
El actual ministro de Cultura, matizó su voluntad de españolizar diciendo que lo que quiere su gobierno es que los niños se sientan tan orgullosos de ser españoles como de ser catalanes. Y eso lo quieren conseguir enseñando la historia tal como es? Como si en toda historia no hubiera tantos o más motivos de vergüenza que de orgullo. Como dijo Bernard B. de Fontenelle, el orgullo es el complemento de la ignorancia. Seguramente, sobretodo en el caso de un político, no hay peor ignorancia que la de no conocerse a uno mismo, no aceptar las propias debilidades o que los propios sentimientos y prejuicios puedan afectar la visión de la realidad.
Bernard Le Bovier de Fontenelle (1657-1757)
Hay quien defiende el orgullo como una virtud, como la filósofa Ayn Raid, pero se trata de un orgullo que proviene de llevar una vida consecuente con unos valores morales. Es también el orgullo que defiende el personaje de Darcy en Orgullo y Prejuicio de Jane Austen, pero no es el orgullo que nos ocupa, este es el orgullo de quien se sobrevalora por encima de los demás porque se cree en posesión de la verdad. La falta de virtudes como la humildad o la prudencia, puede ser agudizada cuando se ostenta el poder, entonces se convierte hybris, lo más parecido a cometer un pecado en la Antigua Grecia, cuando la soberbia provoca un desprecio temerario hacia los demás. En personajes como en Wert o en Montoro, esta soberbia se manifiesta en todo su esplendor.
Es por ello que el diálogo entre los dos nacionalismos se hace imposible, porque al menos una de las dos partes no contempla la posibilidad de equivocarse, como explicaba Bertrand Russell sobre Oliver Cromwell[1]. También es uno de los motivos por los que la causa del nacionalismo catalán va sumando adeptos, y es que este nacionalismo español que ahora tiene el poder en España resulta especialmente antipático en Cataluña, tanto para los nacionalistas como para los que no lo son.
[1] «Creo que quizás una de las cosas más sabias que jamás se hayan dicho fue pronunciada cuando Cromwell dijo a los escoceses, antes de la batalla de Dunbar: "Os lo ruego por las entrañas de Cristo: creed posible que estéis equivocados". Pero los escoceses no creyeron tal cosa, y entonces tuvo que derrotarlos en la batalla. Es una lástima que Cromwell nunca se haya hecho la misma observación a sí mismo. » (BERTRAND RUSSELL, Ensayos impopulares, Capítulo 10).