lunes, 23 de febrero de 2015

ÉTIENNE DE LA BOÉTIE: SERVIDUMBRE Y DESOBEDIENCIA (II)




El Discurso de la servidumbre voluntaria de Étienne de la Boétie no fue la primera obra en plantear el problema del dominio y la obediencia. La cuestión de la desobediencia es tan antigua como la reflexión política y ya Sófocles (495-405 aC), en su tragedia Antígona, la justificó a través de la oposición entre las leyes tiránicas y las divinas. En la antigüedad griega y romana el poder era visto como una consecuencia natural del uso de la fuerza. La tiranía era considerada como la degradación natural de la monarquía, que debía ser combatida porque era perjudicial para el conjunto de ciudadanos libres. Esto les llevó a experimentar con formas mixtas de gobierno.

En la época medieval, el poder terrenal se consideraba derivado de poder divino, por tanto, nunca podía ser absoluto sino que debía ser limitado en la práctica. Toda persona estaba sometida a alguna autoridad superior, y todo poder terrenal estaba regulado mediante alguna ordenación jurídica. La sociedad medieval se caracterizó por ser de tipo contractual o pactista, estando derechos y obligaciones de señores y vasallos claramente codificados, y existiendo siempre una autoridad superior capaz de arbitrar en caso de desacuerdo. Así, cuando se traspasaban ciertos límites morales o cuando los señores no cumplían su parte del pacto, los vasallos tenían derecho a resistirse. Surgió toda una tradición medieval que justificaba la violencia pública ante el poder ilegítimo e incluso llegaba a promover el asesinato de monarcas infames. Se desarrolló una doctrina del tiranicidio que se remonta a Isidoro de Sevilla (560-636) y que atraviesa la Escolástica medieval con personajes como John de Salisbury (1115-1176).

La vieja sociedad contractual comenzó a dejar paso al Estado moderno. Con la decadencia del papado y del Imperio, los monarcas del siglo XVI se veían libres de deberes éticos y límites legales, ya no había ninguna instancia superior a la que apelar más allá del gobernante. Fue también la época en que la política comenzó a ser estudiada por derecho propio, y no como una rama de la teología o de la moral. Durante el Renacimiento los principios divinos y hereditarios del poder habían empezado a ser cuestionados, y los poderosos se vieron forzados a aceptar los consejos de expertos en la materia.

El más destacado de estos expertos fue Maquiavelo (1469-1527), que es el precedente más directo del Discurso de La Boétie, tanto en cuanto a estilo, una retórica llena de referencias a la antigüedad clásica; como en cuanto a la tesis, apuntada de forma implícita en El Príncipe (1513), de que el poder sólo puede existir si se nutre del consentimiento de los súbditos. Pero mientras el florentino se dirigía al gobernante advirtiéndole de los peligros de excederse en la injusticia y aconsejándole para forzar el consentimiento; La Boétie, se dirige a las masas y las exhorta a retirar el apoyo a los tiranos injustos y hacer una revuelta pacífica contra el gobierno ilegítimo. Para el pensador francés, lo único que hace falta para acabar con la tiranía es que el pueblo se decida a ser libre, ésta es la gran novedad aportada por su discurso:

"Os debilitáis para que sea más fuerte y os tenga más rudamente sujetos a rienda corta. Y de tantas indignidades que los animales mismos no soportarían, podríais liberaros si intentarais, no liberaros, sino solamente desearlo. Decidid no servirle más, y ya seréis libres. No os pido que lo empujéis, que lo sacudáis, sino solamente que no lo sostengáis, y entonces podréis ver que, al modo de un gran coloso del que se ha resquebrajado el pedestal, se derrumba bajo su propio peso y se rompe."[1]

La Boétie, que no contaba con más de dieciocho años cuando escribió su discurso, nunca lo publicó. Al acabar los estudios gozó del favor del monarca y se dedicó a la política, posicionándose en un conservadurismo moderado; sin embargo, después de su prematura muerte, su discurso siguió un camino propio y fue empleado por los que habían sido sus adversarios políticos. Fueron los hugonotes más radicales los primeros en publicar de forma anónima en varios panfletos como Reveille-Matin des François (1574), que atacaban las posiciones católicas que había defendido La Boétie.

Pero aquellos calvinistas no podían limitarse a reivindicar la desobediencia de las leyes injustas. Con la agudización de los enfrentamientos entre católicos y protestantes y, más concretamente, con la masacre del día de San Bartolomé en París, se puso de manifiesto que ante una monarquía que amenazaba no sólo la existencia de la nueva iglesia calvinista, sino también la vida física de sus miembros, los hugonotes estaban obligados a complementar su oposición teológica con una oposición política, y a fundamentar doctrinalmente el derecho de resistencia y de rebelión. El 1573 aparece la obra Francogalia de François Hotman, considerada el primer programa político de los hugonotes y una de las primeras muestras teóricas de rechazo al absolutismo, y en la que se hablaba del vínculo contractual entre gobernantes y súbditos, y del derecho de estos a alzarse en rebeldía si el pacto era violado. Théodore de Béze en De Iure Magistratum (1574) también enmarcaba los supuestos legales que autorizaban a la resistencia, y defendía la existencia de unos derechos humanos inviolables y de un poder judicial independiente. La influencia del Discurso fue decisiva en la obra de aquellos monarcómanos hugonotes que, en plena construcción del Estado moderno, reavivaron la doctrina del tiranicidio pero también asentaron muchas de las bases de las futuras democracias representativas.

La reflexión de estos y otros monarcómanos como Althussius o Plessis-Mornay, fue resultado de una situación política extrema, un abuso de poder despiadado en el contexto de las guerras de religión. Sus textos eran estrechamente legalistas, ajustándose a demandas concretas de derechos y libertades en la Francia gobernada por la casa de Guisa. El discurso de La Boétie, en cambio, no era un ataque a una tiranía concreta, sino que al desvelar los mecanismos ocultos de la dominación, era un ataque a todas las formas de opresión. El pensamiento de La Boétie, fue más abstracto, más universal y, como explica Rothbard, aún más radical al apostar por la desobediencia civil masiva y no violenta como método de derrocamiento del tirano.[2] Por eso su influencia se dejaría ver en la defensa del derecho a la rebelión de John Locke, en la desobediencia civil de Thoreau, y en todo el pensamiento libertario.

Hoy el Discurso nos sigue interpelando porque las formas de dominación que se han sucedido desde el siglo XVI hasta la actualidad, siguen comportándose según el mismo esquema descrito por aquel joven estudiante de dieciocho años. Continuamos encontrando ejemplos de las versiones totalitarias de la tiranía que se desarrollaron en el siglo XX, en las que el control de la información y el culto al líder de los que hablaba La Boétie, pueden alcanzar cotas tan elevadas como las de la actual Corea del Norte. En otras latitudes, la tiranía no es tan personalista y hermética como la de Kim Jong-Un, los centros de poder se han vuelto más difusos y las formas de dominación más sutiles. Mediante la educación a medida de las demandas del mercado, los entretenimientos narcóticos en televisiones y estadios, y el fomento de un hedonismo consumista; se busca la aceptación acrítica de la sociedad, que es la versión actual de la servidumbre voluntaria, arraigar la creencia de que no podemos hacer nada para cambiar la realidad y sólo podemos adaptarnos a ella. El principal objetivo de los nuevos señores es conseguir que las relaciones de dominio y sumisión sean percibidas como el orden natural del mundo.

Hoy La Boétie nos sigue advirtiendo de la facilidad con la que nuestros impulsos de libertad pueden ser fácilmente domesticados. Nos sigue advirtiendo que siempre habrá quien intente convencernos de aceptar una realidad que le es favorable, y de nuestra tendencia a aceptar esta realidad por injusta que sea. Bueno, por injusta que sea no, la historia nos muestra que hay unos límites de injusticia que pueden desencadenar la desobediencia masiva, ya sea en su forma pacífica o en la de revueltas violentas. La desobediencia se muestra como uno de los principales motores de la historia, una historia en la que siempre acaba resurgiendo la tan humana tendencia a la servidumbre.


[1] ÉTIENNE DE LA BOÉTIE, Discurso de la servidumbre voluntaria, Madrid: Tecnos, 2010. Pág. 23.
[2] ROTHBARD, MURRAY N.  “Ending Tyranny Without Violence”, http://www.lewrockwell.com/1970/01/murray-n-rothbard/overthrowing-the-state/

martes, 10 de febrero de 2015

ÉTIENNE DE LA BOÉTIE: SERVIDUMBRE Y DESOBEDIENCIA (I)

 “Por el momento solamente quisiera entender cómo es posible que tantos hombres, tantos burgos, tantas ciudades, tantas naciones, soporten a veces a un solo tirano que no tiene más fuerza de la que ellos le dan, que sólo puede perjudicarlos mientras ellos lo quieran soportar y que no podría hacerles ningún mal si dejara de sufrirle todo, como lo sufren por no contradecirle.” [1]
El año 1548, en la antigua provincia francesa de Guyena, tuvo lugar la llamada Revuelta de los Pinauds, o Revuelta de la Gabela. La gabela, el impuesto que gravaba la sal, era uno de los impuestos más odiados en Francia, no solo por el hecho de que la sal era un bien indispensable, también porque su comercio era monopolio del Estado y porque los encargados de recaudarla eran a menudo corruptos. La extensión del impuesto en el suroeste francés, zona de marismas donde tradicionalmente se había comerciado de forma libre con la sal, provocó una serie de detenciones por contrabando y pequeñas revueltas que desencadenarían la gran revuelta del 1548.

Los recaudadores del impuesto fueron cazados y asesinados en varios pueblos de la región a la vez que en Burdeos, la capital, estallaron violentos disturbios donde fueron asesinados el gobernador del rey y una veintena de oficiales. El rey Enrique II, con tal de imponer un castigo ejemplar, envió un ejército comandado por Anne de Montmorency para aplastar las insurrecciones y reprimió fuertemente la ciudad de Burdeos. Se suspendió el parlamento, se requisaron las armas, y se impusieron unas multas exorbitantes. Ciento cuarenta personas fueron condenadas a muerte, muchas otras fueron azotadas mientras en los campos, los líderes rebeldes eran colgados.

Fue probablemente, todo aquel contexto de desmedida represión lo que inspiró a un muy joven estudiante de abogacía de la Universidad de Orleans a preguntarse cómo la voluntad de todo un país podía ser doblegada por la de un solo hombre. De aquellas reflexiones surgió el Discurso sobre la servidumbre voluntaria, un panfleto escrito por Étienne de La Boétie (1530-1563) que marcó el inicio de la teoría política francesa.



La Boétie quiso desentrañar los mecanismos psicológicos que llevan a los pueblos a someterse a la voluntad de un solo hombre, por más cruel y arbitraria que ésta fuera. Una servidumbre de la que se podrían librarse fácilmente dada la correlación de fuerzas. En otras palabras, quiere descubrir el misterio de la obediencia civil, que lleva a la masa a permanecer esclavizada, a dar su consentimiento a la propia opresión y suministrar al tirano los instrumentos para llevarla a cabo. La servidumbre voluntaria es un "vicio monstruoso" contrario a la razón y al impulso natural hacia la libertad.

Para La Boétie el principal motivo que lleva a la servidumbre voluntaria es la costumbre. Los que nacen en la esclavitud y no han conocido otra situación, la toman por el orden natural o la  voluntad divina, y no sospechan la propia capacidad para cambiar una realidad injustamente desfavorable. Acostumbrados a la esclavitud, los hombres pierden el valor de luchar por la libertad, aún más, pierden el valor de desearla.

Los tiranos, por su parte, utilizan varios sistemas para perpetuar la obediencia. Desde una mistificación del gobernante que atribuye un origen divino o mítico en su poder, hasta la provisión asistencial de alimentos y de entretenimiento de baja calidad, el panem et circenses de la Antigua Roma; pasando por la restricción del acceso a la educación, la represión de la disidencia y el mantenimiento de una casta jerárquica de empleados estatales que venden su fidelidad a cambio de privilegios. Así, el deseo natural de libertad del ser humano es doblegado por la fuerza de la costumbre sumada a la propaganda ideológica, los espectáculos narcóticos y la obstaculización del librepensamiento.

Se trata de una obra paradójica en diferentes sentidos. Empezando por un título que confronta dos términos en principio antagónicos como "servidumbre" y "voluntaria". Es en este punto donde radica la originalidad de la obra de La Boétie, al entender que la tiranía es una consecuencia de la voluntad de los súbditos y no de la del tirano. De esta tesis se desprende una visión pesimista del ser humano, por el hecho de caer inevitablemente en el vicio de la servidumbre llegando a someterse a condiciones totalmente indignas. Esta visión pesimista contrasta con el optimismo antropocentrista que imperaba entre los humanistas del Renacimiento y situaría a La Boétie en la línea de pensadores posteriores como Thomas Hobbes. Pero del Discurso también se desprende una exhortación a librarse de la tiranía y cierta esperanza en el papel de la educación y del librepensamiento, y eso lo situaría en la línea del humanismo de los ilustrados del siglo XVIII.

Aún podríamos señalar una paradoja más: aunque después de terminar sus estudios La Boétie se convirtió en un fiel servidor del orden y de la ley, su escrito se convirtió en un llamamiento a la desobediencia fundamentado en un derecho natural a la libertad; un llamamiento que, aún hoy, mantiene un gran poder subversivo.





[1] ÉTIENNE DE LA BOÉTIE, Discurso de la servidumbre voluntaria, Madrid: Tecnos, 2010. Pág. 5.

jueves, 6 de marzo de 2014

CHARLOT: LOS PRIMEROS CIEN AÑOS DE LA ETERNIDAD

No hay duda de que este año 2014 es un año de efemérides. Sobre todo oímos hablar del tricentenario de la caída de Barcelona en 1714 y del estallido de la I ª Guerra Mundial. Pero también hay algunos, pocos, que cuando piensan en el año 14 , no puede evitar pensar que en 1914 un joven de 24 años que había empezado a destacar en el teatro de variedades se dejó convencer para pasarse al mundo del cine, un mundo que todavía estaba buscando su forma propia para contar historias.

Aquel joven llevaba toda su vida sobre los escenarios y se adaptó rápidamente al slaptstick, la comedia de persecuciones, porrazos y pasteles de nata en la cara, pero él sabía que el ritmo frenético y la improvisación propias de las películas de la compañía Keystone, no le dejaban desarrollar plenamente todo su talento.

Pero fue justamente fruto de aquella improvisación que inventó un personaje a su medida que resultaría también hecho a la medida del cine mudo (entonces simplemente cine). Removiendo los almacenes del estudio, se probó un sombrero de bombín, una chaqueta estrecha, unos pantalones anchos, unos zapatos enormes, un bastoncillo y un bigotito. En su tercera aparición en la pantalla, aprovechando el escenario real de una carrera de automóviles, Charles Spencer Chaplin ya apareció caracterizado como el personaje más popular que haya habido nunca. En febrero de 1914 nació Little Tramp, el entrañable vagabundo, Charlot.



El éxito de Charlot fue prácticamente inmediato, aquel personaje que había resultado del todo indiferente a los espectadores de aquella carrera, convertiría a Chaplin en el hombre más famoso del mundo en tan sólo dos años. Pronto Chaplin pudo dirigir sus películas y poner, tanto la cámara como el nuevo personaje, al servicio de sus grandes dotes como actor. Se creó una simbiosis perfecta entre un actor, que dominaba como nadie el arte de la pantomima, un personaje con el que todo el mundo podía sentirse identificado, y un director perfeccionista que controlaba meticulosamente la puesta en escena. Los tres es ganaron rápidamente el aplauso unánime de espectadores y críticos, de ricos y pobres, de niños e intelectuales de todo el mundo.

Las películas se fueron alejando del puro slapstick a medida que Chaplin pudo controlar el ritmo. Cada vez le dedicaba más tiempo a la depuración de los gags, y la cámara se tomaba más tiempo y se acercaba para mostrar las emociones. El éxito permitió a Chaplin, además de dirigir, controlar también la producción y la distribución, pudiendo dedicar meses de preparación y de rodaje en unos largometrajes en los que combinaba la comedia y el melodrama.


El vagabundo

Fue en The tramp (1915) que Charlot pasó a ser definitivamente un vagabundo, incorporando muchos de los rasgos psicológicos que la acompañarían en adelante: su obsesión por mostrar una apariencia distinguida, y la incompatibilidad entre su carácter antisocial y sus aspiraciones románticas. El final de The tramp también se convertiría en un final característico para las aventuras del vagabundo: un final marcado por la renuncia sentimental, volviendo a emprender el camino solitario, sacudiendo un pie atrás para librarse del mal trago y recuperar su andar característico.


La elección del vestuario condicionó la personalidad del personaje. Un indigente que intenta aparentar cierta distinción, un inadaptado que se esfuerza en mantener cierta dignidad pese a rechazar la sociedad. Ese dualismo fue evolucionando junto con la complejidad y la longitud de las películas , y que acabó reflejando todas las miserias y las grandezas de la naturaleza humana , resultando un personaje perfectamente identificable para cualquier espectador del planeta .

La miseria y la marginalidad habían llevado al vagabundo a convertirse en un ser individualista y agresivo, pero que también era capaz de enternecerse ante los verdaderos desvalidos. Nunca se podía predecir si reaccionaría con cobardía o si se sublevaría violentamente, si se impondría el misántropo insolidario o el héroe romántico. Empeñado en mantener la dignidad en la pobreza, había aceptado su solitario destino y el maltrato de la sociedad, pero de vez en cuando, imprevisiblemente, reaccionaba contra la injusticia de forma airada. Su carácter subversivo, fue otro de los factores asociados a su enorme éxito. Los agentes de la ley o los que imponían su voluntad por la fuerza, siempre eran objeto de escarnio.

Como Chaplin, que necesitaba la libertad absoluta para crear, también Charlot era un espíritu libre, contrario a todo orden y autoridad, siempre fugitivo para no ser atrapado por la sociedad. Chaplin y Charlot se sublevaban contra una sociedad que quería masas dóciles y condenaba a la miseria a los inadaptados. Miseria que Chaplin conocía y mostraba en toda su crudeza. Antes de encontrar trabajo de actor, a los nueve años, el pequeño Charlie había vivido de cerca la pobreza extrema y la crueldad de las instituciones públicas victorianas. Su tortuosa infancia dickensiana en el East End de Londres, marcó toda su obra y quedó plasmada especialmente en películas como La calle de la Paz (Easy Street , 1917) o El niño (The kid , 1921).


Jackie Coogan interpretó el papel de un niño al que quieren separa
de su padre adoptivo, Charlot, para ser llevado a un hospicio.


La muerte de Charlot

El enorme éxito del personaje obligó Chaplin a encasillarse desde un principio, pero eso no le molestó, al contrario, todo el mundo quería Charlot, y el mismo Chaplin no fue una excepción. Su amor por el vagabundo le hizo hacer caso omiso a la evolución que tomaba el cine y que sólo adoptara los recursos técnicos que podía poner a su servicio. Por eso, cuando ya era evidente que el cine sonoro iba a reemplazar al mudo, Chaplin se resistió a hacer hablar a su pequeño vagabundo.

Bien es cierto que las limitaciones técnicas de los primeros filmes sonoros obligaban a un cierto retroceso en cuanto a capacidades narrativas, por ejemplo obligando a los protagonistas a hablar dirigiéndose a un gran jarrón con flores. Pero el verdadero motivo de los recelos de Chaplin, era que sabía que poner voz al vagabundo equivalía a sentenciarlo a muerte, pues su arte era en esencia, la pantomima .
Después de Luces de ciudad (1928 ) y Tiempos modernos (1933), en las que añadió banda sonora sin hacer hablar a los protagonistas, Chaplin ya no podía seguir oponiéndose a la evidencia de la imposición absoluta del sonoro Pero Charlot no podía sacrificarse si no era por una causa lo bastante elevada, y el ascenso del nazismo en Europa le ofreció una en bandeja de plata.

Adolf Hitler había nacido la misma semana que Chaplin y, además, había tenido la osadía de copiar el bigotito de Charlot. Chaplin se tomó aquello como una llamada del destino que no podía ser ignorada. En los primeros meses de 1939 ya tenía el guion de El Gran Dictador, que comenzó a rodarse apenas unas semanas después del estallido de la Segunda Guerra Mundial. En la película, Chaplin parodiaba a Hitler e interpretaba también a un barbero judío que vestía como Charlot, y que acabaría suplantando al dictador para hacer un discurso en el que el humanismo ocuparía el lugar del odio y la violencia.




El final de Charlot no sería, como en tantas otras ocasiones, un final abierto que lo mostraba alejándose despreocupado y solitario; alzaría su voz contra el totalitarismo y en favor de la paz y la esperanza. Pero, como explica Esteve Riambau[i], hay algo en el discurso final que no acaba de encajar, y es que, no es ni el dictador ni tampoco el barbero quien habla, es el mismo Chaplin quien alza la voz contra el nazismo, contra las consecuencias de la deshumanización de la que ya había alertado en Tiempos Modernos (1933 ).

Darle a Charlot el canto de cisne perfecto conllevó infinidad de problemas para Chaplin. Durante el rodaje recibió fuertes presiones por parte de la embajada alemana. Estados Unidos aún se mantenía neutral en el conflicto, y sus autoridades también presionaban para no crear problemas diplomáticos. Una vez terminada tuvo grandes problemas de distribución y fue prohibida en diversos países, entre ellos España. Además, la autocomplaciente sociedad norteamericana de posguerra, no seguiría tolerando la mirada crítica del cineasta, que se vio obligado a abandonar el país tras ser acusado de comunista por el macartismo.

Después de alcanzar la cima de la fama, Chaplin fue encadenando errores tanto en su vida pública como en la privada, pero no se equivocó nunca en lo que debía hacerle hacer a Charlot para convertirlo en un personaje que, por más años que pasen, seguirá haciendo al público reír, llorar e indignarse ante la injusticia. Ahora se cumplen los primeros cien años de la eternidad de Charlot.




[i] ESTEVE RIAMBAU, Charles Chaplin, Madrid: Cátedra, 2000, p. 333.

lunes, 21 de octubre de 2013

COMPARACIONES ODIOSAS

 

"Aquel instinto que impulsa a formar metáforas, ese instinto fundamental del hombre, del que no se podría prescindir ni por un instante, ya que con ello se prescindiría del hombre mismo, ... "

                               F. Nietzsche 


Imaginemos que en un corto espacio de tiempo, pongamos un mes, se celebran dos manifestaciones promovidas con objetivos contrarios. Uno pensaría que se puede sacar conclusiones si comparamos las dos manifestaciones en cuanto a número de participantes. Pero eso no convencerá a los que salgan perdiendo en la comparación, porque ya se sabe: las comparaciones son odiosas. Eso es lo que han hecho los promotores de la manifestación del pasado 12 de octubre en Barcelona, decir que las comparaciones con la Vía Catalana no son pertinentes y atribuirse de nuevo, en un increíble ejercicio de acrobacia argumentativa, la adhesión a su causa de la misteriosa “mayoría silenciosa”.

No podemos evitar comparar, es uno de nuestros automatismos primitivos, un mecanismo involuntario para enfrentarnos a la incertidumbre de algo nuevo, desconocido. De hecho, es el mismo automatismo que empleamos a la hora de generalizar, es decir, de poner el mismo nombre a cosas que nos parecen similares. Al enfrentarnos a un dominio desconocido, nuestro cerebro busca patrones para poder hacer uso del material almacenado en la memoria.  Así, el resultado de tomas de decisiones pasadas nos sirve para tomar decisiones en situaciones parecidas, aumentando la probabilidad de acertar. Cuanto más similares sean las situaciones y más irrelevantes las diferencias entre ellas, mayor la probabilidad de tomar la decisión correcta. No hace falta decir que disponer de un automatismo como éste supuso, para nuestra especie, una ventaja significativa a la hora de perpetuarse.

En esta tendencia del cerebro se basa el razonamiento analógico, que compara similitudes entre un concepto nuevo y uno conocido. Recurrimos al razonamiento analógico para conjeturar hipótesis en los casos de los que no disponemos de una experiencia directa.  Los historiadores, por ejemplo, se basan en hechos históricos conocidos para reconstruir episodios de los que faltan evidencias. Es una variante del razonamiento inductivo: conjeturar que un fenómeno se volverá a dar si los mismos agentes causales se repiten en las mismas condiciones.

Las analogías tienen un gran poder de persuasión, y es por ello que a la hora de argumentar, su uso es más que frecuente. La solidez de un argumento analógico depende plenamente del grado de concordancia entre los objetos comparados. Cuanto mayor sea el número de puntos de similitud relevantes y menor el de las diferencias, el argumento será más sólido. Pero a menudo se utilizan las analogías en casos en que los objetos comparados distan enormemente, como cuando intentamos explicar una situación compleja comparándola con una mucho más simple. En estos casos, la argumentación analógica no puede ser concluyente y su papel debería ser meramente ilustrativo. Sin embargo, es bastante común que se abuse de ella al debatir para aprovechar nuestra tendencia a sobreestimar semejanzas irrelevantes y menospreciar diferencias cruciales; es una sesgo cognitivo del que se aprovecha la falacia de la falsa analogía. Otras veces, simplemente se saca partido del desconocimiento del interlocutor sobre un tema concreto, que hace que no pueda detectar los puntos débiles de la analogía.

Numerosos ejemplos del abuso de la argumentación analógica los encontramos en torno al tema de una eventual independización de Cataluña. Como se trata de un escenario nuevo y complejo, es natural que sea abordado mediante el recurso a la analogía. La mejor forma de hacerlo sería recurrir a casos lo más parecido posibles, poniendo sobre la mesa semejanzas y diferencias con procesos como el de Escocia o Quebec entre otros, ya sean actuales o históricos. Cuantos más ejemplos donde apoyarse más sólida será la argumentación. Éste, y no otro, debería ser el punto de partida de una discusión racional sobre las posibilidades y las consecuencias de un proceso de secesión.

En su lugar, lo que encontramos mayoritariamente en los medios de comunicación, en boca de políticos y opinadores de toda condición, es el abuso de analogías simplistas. Barcos a Ítaca, choques de trenes, y los que no fallan nunca: ETA y el nazismo. Incluso es frecuente escuchar disquisiciones sobre cuál es la analogía correcta, si la del divorcio o la del hijo que se ha hecho mayor y quiere irse de casa. Probablemente, la más divertida es aquella que se hace desde el españolismo, que compara España con una persona y Cataluña con una de sus extremidades. Con este argumento, no sólo se niega a los catalanes el demandado derecho a decidir sobre la amputación, sino niega toda posibilidad de entendimiento, ya que es absurdo pretender que un discuta con su propio brazo. Eso si, después de hacer la metáfora, repetirán que están muy abiertos al diálogo.

Esta analogía es contestada desde el otro bando por diversas variantes de la analogía del divorcio. Desde matrimonios que se han dejado de querer, hasta maridos posesivos y /o maltratadores, dependiendo del grado de animadversión hacia el hombre: España.

Como es inevitable comparar, vemos que la segunda comparación puede al menos aportar algo al debate. El ver la relación Cataluña -España como una relación de pareja que se acaba, pone en relevancia aspectos no racionales de la cuestión que no se deberían despreciar, aspectos como la decepción, la pérdida del respeto o de la confianza, que hacen que una pareja llegue a un punto de no retorno en que tenga que aceptar que la única solución es la separación. Otro aspecto que se suele destacar de esta metáfora, es que sólo es necesario que un miembro de la pareja se quiera separar, son libres de romper la unión sin esperar consentimiento de la otra parte. Claro que esto es así tan solo,  en sociedades que no interponen lo sagrado de por medio.

Pero una vez hechas estas constataciones, la analogía debe ser abandonada, ya ha tenido su utilidad. Aferrarse al argumento analógico no puede llevar sino a defender tesis absurdas y fáciles de desmontar. Nada más fácil que afirmar que una analogía "es tramposa porque no tiene en cuenta... ".

Pero aún peor que aferrarse a las analogías es aferrarse a generalizaciones, y si algo sobra en el debate sobre el encaje Cataluña-España, son las generalizaciones del tipo " España nos roba" o el trending topic de #MarcaEspaña : "Catalanes de mierda, no se merecen nada "; también se generaliza en exceso al hablar de Cataluña como de una mujer que se quiere separar o de España como de un marido posesivo . Las generalizaciones, como las analogías, sirven en muchos casos únicamente para constatar los prejuicios de quienes las hacen y avivar la confrontación.

Las comparaciones son odiosas, sí, pero las generalizaciones aún lo son más. Las sociedades están compuestas por personas con intereses y convicciones diferentes, que a menudo entran en conflicto. Por suerte, en democracia, hay mecanismos para gestionar esta pluralidad de forma pacífica. Por ello, lo mejor sería dejarnos de analogías y generalizaciones y hablar con datos concretos en la mano, como las que proporcionan las urnas.

miércoles, 23 de enero de 2013

¿LA DEMOCRACIA EN JUEGO?

En torno a los casos de corrupción que sacuden la actualidad española, se vuelve a abusar del tópico de que se pone en peligro la democracia. Hoy mismo el ex-ministra Carme Chacón, tras lamentar la falta de explicaciones por parte del ministro Montoro sobre el caso Bárcenas, ha afirmado que lo que está en juego es aquello por lo que mucha gente ha luchado y ha perdido la vida, que nos estamos jugando la democracia (podéis ver el vídeo aquí).

Yo, personalmente, pensaré que la democracia está en peligro el día que vea manifestaciones multitudinarias en la calle pidiendo menos democracia. Manifestaciones multitudinarias las hay, pero parecen ir más bien en sentido contrario, no? La gente que protesta con pancartas de “no hay pan para tanto chorizo” no reclaman menos democracia, reclaman una democracia que no se someta al poder económico. La corrupción no es un problema inherente a la democracia es inherente a la política porque va de la mano con el poder. Los escándalos de corrupción no ponen en cuestión el régimen democrático porque la gente sabe que el problema no es la democracia, es el poder. "El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente" dice la famosa frase de Lord Acton.


Los escándalos de corrupción no ponen en cuestión el régimen democrático porque la gente sabe que el problema no es la democracia, es el poder. Parece que el caso Bárcenas ha sacado la venda de los ojos a muchos que pensaban que eso de la corrupción era sólo cosa de los demás partidos políticos. Pero los casos de corrupción no afectan a los partidos políticos en función de su ideología, sino en función del poder que acumulen. Este problema es tan evidente como su solución teórica: hay que evitar que los partidos puedan acumular demasiado poder. Una propuesta ingenua: abolir la deficiente Ley de Partidos española y sustituirla por otra que sea copiada de un país que no tenga tantos problemas de corrupción (Gómez Yañez y César Molinas proponen la ley alemana aquí).


Otra evidencia sobre la corrupción es que no casa bien con la transparencia, los corruptos no suelen disfrutar trapicheando a la vista de todos. Otra propuesta ingenua: ya que España es el único país de la UE que todavía no tiene una Ley de Transparencia, hacer una que sea contundente de verdad y que busque,  para compensar la tardanza, la mayor transparencia de la UE.


Pero, durante todos estos años que se han alternado en el poder, los grandes partidos políticos no han tenido ningún interés en rebajar voluntariamente su porción de poder y actuar en consonancia con estas y otras evidencias sobre la corrupción. El gran poder que durante la Transición se otorgó a los partidos políticos en nombre de la estabilidad de la democracia, ha hecho que la corrupción se acabe institucionalizando, y esto también se ha hecho evidente para la gran mayoría y por eso lo que está en peligro no es la democracia, es la partitocracia.


Afirmaciones como las de Carmen Chacón no son sólo magnificación de los hechos para erosionar más la imagen del PP, también son un intento de despejar a córner y hacer creer que la  democracia sigue necesitando unos partidos políticos omnipotentes. Se trata, en definitiva, de alargar la Transición y seguir disfrutando del poder. Quizás mi percepción está equivocada, pero yo diría que, a diferencia de lo que ocurría en el año 36, hoy en día los demócratas sumamos una mayoría aplastante. Quizás ya deberíamos dar la Transición por finiquitada y ponernos a hacer unas leyes más acordes con los tiempos que corren.

jueves, 18 de octubre de 2012

ORGULLO Y NACIONALISMO

En unas declaraciones recientes, Esperanza Aguirre afirma que la educación no debe servir para manipular sino para instruir, los niños deben aprender "a sumar, a leer y la historia verdadera, no la que inventan los nacionalistas". Hasta aquí ninguna objeción, pero luego añade: "España es una gran nación, con 3.000 años de historia. Eso lo tienen que saber los niños ", y se quedó tan ancha.

En el debate soberanista, se produce un hecho curioso. Mientras el nacionalismo catalán o el vasco no tienen ningún problema en aceptar que defienden una ideología nacionalista, al otro lado se encuentran un nacionalismo que niega ser nacionalista. Esta jugada le sirve para poder utilizar la abundante literatura que critica la ideología nacionalista en general (por idealista, sentimentalista, irracional, etc.) contra el caso concreto del nacionalismo catalán, sin tener que aceptar esas críticas en contrapartida.


Defender que en España sólo hay y debe haber una única nación, es una forma de nacionalismo, por más que se empeñen en negar esta evidencia. Ser no-nacionalista podría ser defender un Estado plurinacional, o defender el cosmopolitismo y el dejando de lado debates identitarios, pero no se puede afirmar que uno es no-nacionalista cuando se afirman cosas como las que dice el ex-ministra de Cultura.


Pero que nieguen que sean nacionalistas contra toda evidencia, no es en mi opinión lo más grave, sino el hecho de que nieguen incluso, también contra toda evidencia, que el nacionalismo español exista. Si una ideología no existe, no puede distorsionar la percepción de la realidad, y no puede entrar en contradicción con otras ideologías de la derecha española como el neoliberalismo, por ejemplo. Es por eso que no ven ningún problema en españolizar a los niños catalanes. Si no hay una ideología nacionalista española no hay ningún inconveniente en enseñar que sólo existe una nación en España, que eso de la autodeterminación sólo es un derecho del pueblo español, etc. Todo esto no es adoctrinar, es contar la verdad, porque ellos captan la realidad sin ningún tipo de sesgo ideológico i cualquier otra cosa es manipulación y sectarismo. Quizá sea de esta capacidad para conocer la verdad de donde proviene el aire de superioridad que se desprende de las declaraciones de dirigentes del PP como Aguirre, Montoro o Wert.


El actual ministro de Cultura, matizó su voluntad de españolizar diciendo que lo que quiere su gobierno es que los niños se sientan tan orgullosos de ser españoles como de ser catalanes. Y eso lo quieren conseguir enseñando la historia tal como es? Como si en toda historia no hubiera tantos o más motivos de vergüenza que de orgullo. Como dijo Bernard B. de Fontenelle, el orgullo es el complemento de la ignorancia. Seguramente, sobretodo en el caso de un político, no hay peor ignorancia que la de no conocerse a uno mismo, no aceptar las propias debilidades o que los propios sentimientos y prejuicios puedan afectar la visión de la realidad.



Bernard Le Bovier de Fontenelle (1657-1757)


Hay quien defiende el orgullo como una virtud, como la filósofa Ayn Raid, pero se trata de un orgullo que proviene de llevar una vida consecuente con unos valores morales. Es también el orgullo que defiende el personaje de Darcy en Orgullo y Prejuicio de Jane Austen, pero no es el orgullo que nos ocupa, este es el orgullo de quien se sobrevalora por encima de los demás porque se cree en posesión de la verdad. La falta de virtudes como la humildad o la prudencia, puede ser agudizada cuando se ostenta el poder, entonces se convierte hybris, lo más parecido a cometer un pecado en la Antigua Grecia, cuando la soberbia provoca un desprecio temerario hacia los demás. En personajes como en Wert o en Montoro, esta soberbia se manifiesta en todo su esplendor.

Es por ello que el diálogo entre los dos nacionalismos se hace imposible, porque al menos una de las dos partes no contempla la posibilidad de equivocarse, como explicaba Bertrand Russell sobre Oliver Cromwell[1].  También es uno de los motivos por los que la causa del nacionalismo catalán va sumando adeptos, y es que este nacionalismo español que ahora tiene el poder en España resulta especialmente antipático en Cataluña, tanto para los nacionalistas como para los que no lo son.



[1] «Creo que quizás una de las cosas más sabias que jamás se hayan dicho fue pronunciada cuando Cromwell dijo a los escoceses, antes de la batalla de Dunbar: "Os lo ruego por las entrañas de Cristo: creed posible que estéis equivocados". Pero los escoceses no creyeron tal cosa, y entonces tuvo que derrotarlos en la batalla. Es una lástima que Cromwell nunca se haya hecho la misma observación a sí mismo. » (BERTRAND RUSSELL, Ensayos impopulares, Capítulo 10).