jueves, 13 de septiembre de 2012

DEL MECANICISMO A LA RELIGIÓN ECONÓMICA (II)



Aunque se suele suponer que el pensamiento moderno nació en oposición al aristotelismo ortodoxo, lo cierto es que lo hizo en oposición principalmente al paradigma naturalista-animista que dominaba en el Renacimiento tardío con pensadores como Giordano Bruno, o Tomasso Campanella. Fuera de los ambientes académicos donde sí dominaba el aristotelismo y la autoridad del texto bíblico, la "filosofía natural" de los humanistas estaba influida por el neoplatonismo y el hermetismo[1], y no distinguía entre ciencia, metafísica y magia. De hecho la magia, la cábala, la alquimia y la astrología fueron decisivas durante los primeros pasos del mecanicismo y la Nueva Ciencia, y no se podría entender la Revolución Científica sin ellas.

La conmoción que significó la cosmología copernicana y los nuevos descubrimientos navales, hicieron tambalear la tierra bajo los pies de los europeos. Por un lado se cuestionaban todas las interpretaciones tradicionales, pero por el otro, las nuevas experiencias eran recibidas sin ningún sentido crítico. Se estaba dispuesto a dar crédito a todo lo que se veía o se leía, no había ninguna ley o norma que separara el posible de lo imposible. Dominaba una experiencia del mundo crédula, que se explicaba desde el animismo y la magia: el mundo era un gran animal con conciencia del cual se podía esperar cualquier cosa, y sólo el conocimiento de las fuerzas ocultas podía comportar un cierto dominio de la naturaleza. La totalidad del cosmos estaba regida por extrañas fuerzas de tipo animal que se movían por la simpatía o la antipatía de sus partes, en un dinamismo imposible de prever y que sólo permitía la descripción de sus manifestaciones y su recopilación testimonial.



Joseph Wright of Derby (1734-1797): The Alchymist in Search of the Philosophers' Stone Discovers Phosphorus http://www.artexpertswebsite.com/pages/artists/wright.php 

En los inicios del siglo XVII la hipótesis del "gran animal" se empezó a sustituir por la hipótesis del "gran mecanismo" en adoptarse como modelo explicativo la tecnología más desarrollada del momento: la mecánica, con sus relojes y autómatas. El mecanicismo concebía un universo formado por partes articuladas en movimiento en una relación de causa-efecto entre ellas. El cambio de metáfora permitía reducir la realidad a leyes matemáticas y aprovechar así todo el conocimiento matemático acumulado por el ocultismo pitagórico y las especulaciones cabalísticas. Gracias al trabajo de Galileo y Kepler la Ciencia, que hasta entonces se había limitado a una minuciosa acumulación de datos, fue capaz de empezar a formular las leyes físicas del "Gran Libro de la Naturaleza".

Los buenos resultados de la hipótesis mecanicista, tanto a la hora de predecir fenómenos como en su aplicación técnica, permitieron cumplir en cierto modo el ideal mágico-alquímico de dominio de la naturaleza, la antigua búsqueda del conocimiento para predecir y controlar las fuerzas del "gran animal". El mismo Descartes, que fue quien hizo la formulación más nítida del mecanicismo, también personificó esa voluntad de dominio. Él quería extender la fiabilidad de las matemáticas a todo el conocimiento. Su método debía permitir al individuo moderno hacerse el dueño de la naturaleza superando todas las limitaciones que ésta le imponía. Una de sus principales motivaciones era similar a la de los alquimistas, encontrar la manera de alargar la vida de forma indefinida. Así, el modelo mecanicista pronto se aplicó también al estudio del cuerpo humano (como de hecho ya había hecho Leonardo) revolucionando el campo de la medicina, donde se produjo una revolución casi tan importante como la que se llevó a cabo en astronomía.

La razón y el método científico se convirtieron en los grandes instrumentos para perpetuar la voluntad de poder de los magos renacentistas que, con la Ilustración, adquirió un carácter más abierto. La ciencia fue concebida como un discurso liberador: el dominio de la naturaleza estaba al servicio de la humanidad y era también una forma de combatir las formas de dominio ideológico basadas en la ignorancia y la superstición. Hacia 1690 la revolución científica ya se había culminado en cuanto a la teoría[2], ahora lo que necesitaba era divulgar aquellos conocimientos y sacar provecho para el progreso hacia la felicidad humana. El desarrollo de la ciencia debía permitir el dominio completo de la naturaleza mediante su aplicación técnica, mientras que el conocimiento aplicado al hombre y a la sociedad debía permitir la evolución política y social, que se retroalimentaría a través del educación de las nuevas generaciones en un progreso de alcance inimaginable.

La fe mecanicista en la capacidad de la razón y la tecnología para permitir a la humanidad triunfar por encima de todas las limitaciones naturales, ha pervivido hasta nuestros días a través de mitos como los de Frankenstein hasta llegar a los cyborgs y viajes interestelares de la ciencia ficción. Como los antiguos alquimistas que dedicaban sus vidas a la búsqueda de la fuente de la eterna juventud, ahora se cree que gracias al conocimiento científico y a la tecnología seremos capaces de superar las imposiciones de las leyes de la entropía, y superar la escasez de recursos y la crisis energética a las que conduce el dogma del crecimiento económico. Como explica Roegen, la tesis favorita de los economistas, ya sean liberales o marxistas, es que el poder de la tecnología no tiene límites: siempre seremos capaces de encontrar sustitutos a un recurso escaso y de aumentar la productividad de cualquier tipo de energía y material. Puesto que gracias al desarrollo de los medios de explotación agrícola, se evitó que se cumplieran las catástrofes anunciadas por Malthus, se confía en que se podrán seguir superando las limitaciones que salgan al paso. Para los fanáticos del crecimiento insistir en la existencia de un límite a la capacidad tecnológica significa negar el poder del hombre para influir en el progreso. [3]

El antiguo modelo mágico de interpretación de la naturaleza sobrevivió al mecanicismo en forma de sectas esotéricas minoritarias y, en muchos aspectos, también en la religión económica. Las élites del mundo financiero que ven la economía como un organismo vivo que crece y crece de forma indefinida, se comportan como las antiguas sectas dedicadas a la magia oscura. Los nuevos magos de las finanzas creen estar en posesión del conocimiento oculto que permite prever y dominar los movimientos del "gran animal". Sólo los elegidos pueden ser iniciados en el lenguaje hermético y la matemática cabalística que permiten predecir las manifestaciones de las fuerzas ocultas: los flujos de capital que crean las grandes riquezas. Con las matemáticas y la tecnología más avanzadas a su servicio, los magos de la economía financiera han creado una realidad: la de los flujos de capital a escala global, una realidad en la que todo aquello que no forma parte de las transacciones de capital no existe. Han creado una realidad a medida y han conseguido hacer creer al resto de los ciudadanos que el conocimiento de sus mecanismos escapa a sus capacidades.

Los magos de las finanzas son la casta sacerdotal de la religión económica, son también los asesores a los que el poder político acude para tomar las decisiones relacionadas con la economía. Siglos después de ponerse en marcha el proyecto ilustrado que debía separar definitivamente la razón de la fe, resulta que los más devotos de la religión del capital son, precisamente, aquellos que toman las decisiones políticas. Y lo hacen sin atender a criterios que no sean los de eficiencia y productividad, y sin tener en cuenta ninguna consideración ética ni alguna referencia a objetivos sociales.

De forma recurrente los aprendices de brujo pierden el dominio de su magia y las burbujas que han hecho crecer con ella estallan de forma violenta y cruel. Los efectos de las explosiones los reciben los que viven en la economía real, pero son perfectamente asumibles por los magos, que se aseguran que sus posiciones de dominio no se vean afectadas por las crisis que provocan. Han conseguido que las otras realidades queden por debajo de la suya y han creado las reglas del juego para ganar siempre.

BIBLIOGRAFíA

FEBVRE, L., “Los orígenes del espíritu moderno: libertinaje, naturalismo y mecanicismo”, a Erasmo, la contrarreforma y el espíritu moderno, Barcelona: Ediciones Martínez Roca, 1970.
REALE, G. i ANTISERI, D., “Del Humanismo a Descartes”, a Historia de la Filosofía II, Tomo 1, Barcelona: Herder, 2010.
SHORTO, R., Els ossos de Descartes, Barcelona: La campana, 2009.
TURRÓ, S.,  Descartes. Del hermetismo a la nueva ciencia, Barcelona: Anthropos, 1985.
TODOROV, T., El espíritu de la Ilustración, Barcelona: Galaxia Gutemberg/Círculo de lectores, 2008.              




[1]Para el platonismo renacentista, con Ficino al frente, una de las autoridades era el Corpus Hermeticum, considerado antiquísimo y atribuido a Hermes Trimegisto, a pesar de tratarse de una falsificación del siglo II d.C.  impregnada de platonismo y cristianismo primitivo. El hecho de atribuirle veracidad llevó a creer que Jesucristo y Platón eran portadores de una sabiduría mucho más antigua. Sucedió lo mismo con los Oráculos Caldeos, atribuidos a Zoroastro, y con los Himnos órficos, atribuidos a Orfeo. Los tres textos fueron considerados auténticos y contribuyeron a la aceptación de la magia, la alquimia y la teúrgia, y a que muchos pensadores como Marsilio Ficino, Pico della Mirandola, o Agrippa, quisieran hacerlas compatibles con el cristianismo.
[2] En el año 1687, Newton publicó sus Principios de filosofía natural, que significó la culminación de les pretensiones enraizadas en el Renacimiento de comprender las leyes naturales a través de las matemáticas.

[3] NICHOLAS GEORGESCU-ROEGEN: "Energy and Economic Myths" , Southern Economic Journal 41, no. 3, January 1975)