lunes, 21 de octubre de 2013

COMPARACIONES ODIOSAS

 

"Aquel instinto que impulsa a formar metáforas, ese instinto fundamental del hombre, del que no se podría prescindir ni por un instante, ya que con ello se prescindiría del hombre mismo, ... "

                               F. Nietzsche 


Imaginemos que en un corto espacio de tiempo, pongamos un mes, se celebran dos manifestaciones promovidas con objetivos contrarios. Uno pensaría que se puede sacar conclusiones si comparamos las dos manifestaciones en cuanto a número de participantes. Pero eso no convencerá a los que salgan perdiendo en la comparación, porque ya se sabe: las comparaciones son odiosas. Eso es lo que han hecho los promotores de la manifestación del pasado 12 de octubre en Barcelona, decir que las comparaciones con la Vía Catalana no son pertinentes y atribuirse de nuevo, en un increíble ejercicio de acrobacia argumentativa, la adhesión a su causa de la misteriosa “mayoría silenciosa”.

No podemos evitar comparar, es uno de nuestros automatismos primitivos, un mecanismo involuntario para enfrentarnos a la incertidumbre de algo nuevo, desconocido. De hecho, es el mismo automatismo que empleamos a la hora de generalizar, es decir, de poner el mismo nombre a cosas que nos parecen similares. Al enfrentarnos a un dominio desconocido, nuestro cerebro busca patrones para poder hacer uso del material almacenado en la memoria.  Así, el resultado de tomas de decisiones pasadas nos sirve para tomar decisiones en situaciones parecidas, aumentando la probabilidad de acertar. Cuanto más similares sean las situaciones y más irrelevantes las diferencias entre ellas, mayor la probabilidad de tomar la decisión correcta. No hace falta decir que disponer de un automatismo como éste supuso, para nuestra especie, una ventaja significativa a la hora de perpetuarse.

En esta tendencia del cerebro se basa el razonamiento analógico, que compara similitudes entre un concepto nuevo y uno conocido. Recurrimos al razonamiento analógico para conjeturar hipótesis en los casos de los que no disponemos de una experiencia directa.  Los historiadores, por ejemplo, se basan en hechos históricos conocidos para reconstruir episodios de los que faltan evidencias. Es una variante del razonamiento inductivo: conjeturar que un fenómeno se volverá a dar si los mismos agentes causales se repiten en las mismas condiciones.

Las analogías tienen un gran poder de persuasión, y es por ello que a la hora de argumentar, su uso es más que frecuente. La solidez de un argumento analógico depende plenamente del grado de concordancia entre los objetos comparados. Cuanto mayor sea el número de puntos de similitud relevantes y menor el de las diferencias, el argumento será más sólido. Pero a menudo se utilizan las analogías en casos en que los objetos comparados distan enormemente, como cuando intentamos explicar una situación compleja comparándola con una mucho más simple. En estos casos, la argumentación analógica no puede ser concluyente y su papel debería ser meramente ilustrativo. Sin embargo, es bastante común que se abuse de ella al debatir para aprovechar nuestra tendencia a sobreestimar semejanzas irrelevantes y menospreciar diferencias cruciales; es una sesgo cognitivo del que se aprovecha la falacia de la falsa analogía. Otras veces, simplemente se saca partido del desconocimiento del interlocutor sobre un tema concreto, que hace que no pueda detectar los puntos débiles de la analogía.

Numerosos ejemplos del abuso de la argumentación analógica los encontramos en torno al tema de una eventual independización de Cataluña. Como se trata de un escenario nuevo y complejo, es natural que sea abordado mediante el recurso a la analogía. La mejor forma de hacerlo sería recurrir a casos lo más parecido posibles, poniendo sobre la mesa semejanzas y diferencias con procesos como el de Escocia o Quebec entre otros, ya sean actuales o históricos. Cuantos más ejemplos donde apoyarse más sólida será la argumentación. Éste, y no otro, debería ser el punto de partida de una discusión racional sobre las posibilidades y las consecuencias de un proceso de secesión.

En su lugar, lo que encontramos mayoritariamente en los medios de comunicación, en boca de políticos y opinadores de toda condición, es el abuso de analogías simplistas. Barcos a Ítaca, choques de trenes, y los que no fallan nunca: ETA y el nazismo. Incluso es frecuente escuchar disquisiciones sobre cuál es la analogía correcta, si la del divorcio o la del hijo que se ha hecho mayor y quiere irse de casa. Probablemente, la más divertida es aquella que se hace desde el españolismo, que compara España con una persona y Cataluña con una de sus extremidades. Con este argumento, no sólo se niega a los catalanes el demandado derecho a decidir sobre la amputación, sino niega toda posibilidad de entendimiento, ya que es absurdo pretender que un discuta con su propio brazo. Eso si, después de hacer la metáfora, repetirán que están muy abiertos al diálogo.

Esta analogía es contestada desde el otro bando por diversas variantes de la analogía del divorcio. Desde matrimonios que se han dejado de querer, hasta maridos posesivos y /o maltratadores, dependiendo del grado de animadversión hacia el hombre: España.

Como es inevitable comparar, vemos que la segunda comparación puede al menos aportar algo al debate. El ver la relación Cataluña -España como una relación de pareja que se acaba, pone en relevancia aspectos no racionales de la cuestión que no se deberían despreciar, aspectos como la decepción, la pérdida del respeto o de la confianza, que hacen que una pareja llegue a un punto de no retorno en que tenga que aceptar que la única solución es la separación. Otro aspecto que se suele destacar de esta metáfora, es que sólo es necesario que un miembro de la pareja se quiera separar, son libres de romper la unión sin esperar consentimiento de la otra parte. Claro que esto es así tan solo,  en sociedades que no interponen lo sagrado de por medio.

Pero una vez hechas estas constataciones, la analogía debe ser abandonada, ya ha tenido su utilidad. Aferrarse al argumento analógico no puede llevar sino a defender tesis absurdas y fáciles de desmontar. Nada más fácil que afirmar que una analogía "es tramposa porque no tiene en cuenta... ".

Pero aún peor que aferrarse a las analogías es aferrarse a generalizaciones, y si algo sobra en el debate sobre el encaje Cataluña-España, son las generalizaciones del tipo " España nos roba" o el trending topic de #MarcaEspaña : "Catalanes de mierda, no se merecen nada "; también se generaliza en exceso al hablar de Cataluña como de una mujer que se quiere separar o de España como de un marido posesivo . Las generalizaciones, como las analogías, sirven en muchos casos únicamente para constatar los prejuicios de quienes las hacen y avivar la confrontación.

Las comparaciones son odiosas, sí, pero las generalizaciones aún lo son más. Las sociedades están compuestas por personas con intereses y convicciones diferentes, que a menudo entran en conflicto. Por suerte, en democracia, hay mecanismos para gestionar esta pluralidad de forma pacífica. Por ello, lo mejor sería dejarnos de analogías y generalizaciones y hablar con datos concretos en la mano, como las que proporcionan las urnas.

miércoles, 23 de enero de 2013

¿LA DEMOCRACIA EN JUEGO?

En torno a los casos de corrupción que sacuden la actualidad española, se vuelve a abusar del tópico de que se pone en peligro la democracia. Hoy mismo el ex-ministra Carme Chacón, tras lamentar la falta de explicaciones por parte del ministro Montoro sobre el caso Bárcenas, ha afirmado que lo que está en juego es aquello por lo que mucha gente ha luchado y ha perdido la vida, que nos estamos jugando la democracia (podéis ver el vídeo aquí).

Yo, personalmente, pensaré que la democracia está en peligro el día que vea manifestaciones multitudinarias en la calle pidiendo menos democracia. Manifestaciones multitudinarias las hay, pero parecen ir más bien en sentido contrario, no? La gente que protesta con pancartas de “no hay pan para tanto chorizo” no reclaman menos democracia, reclaman una democracia que no se someta al poder económico. La corrupción no es un problema inherente a la democracia es inherente a la política porque va de la mano con el poder. Los escándalos de corrupción no ponen en cuestión el régimen democrático porque la gente sabe que el problema no es la democracia, es el poder. "El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente" dice la famosa frase de Lord Acton.


Los escándalos de corrupción no ponen en cuestión el régimen democrático porque la gente sabe que el problema no es la democracia, es el poder. Parece que el caso Bárcenas ha sacado la venda de los ojos a muchos que pensaban que eso de la corrupción era sólo cosa de los demás partidos políticos. Pero los casos de corrupción no afectan a los partidos políticos en función de su ideología, sino en función del poder que acumulen. Este problema es tan evidente como su solución teórica: hay que evitar que los partidos puedan acumular demasiado poder. Una propuesta ingenua: abolir la deficiente Ley de Partidos española y sustituirla por otra que sea copiada de un país que no tenga tantos problemas de corrupción (Gómez Yañez y César Molinas proponen la ley alemana aquí).


Otra evidencia sobre la corrupción es que no casa bien con la transparencia, los corruptos no suelen disfrutar trapicheando a la vista de todos. Otra propuesta ingenua: ya que España es el único país de la UE que todavía no tiene una Ley de Transparencia, hacer una que sea contundente de verdad y que busque,  para compensar la tardanza, la mayor transparencia de la UE.


Pero, durante todos estos años que se han alternado en el poder, los grandes partidos políticos no han tenido ningún interés en rebajar voluntariamente su porción de poder y actuar en consonancia con estas y otras evidencias sobre la corrupción. El gran poder que durante la Transición se otorgó a los partidos políticos en nombre de la estabilidad de la democracia, ha hecho que la corrupción se acabe institucionalizando, y esto también se ha hecho evidente para la gran mayoría y por eso lo que está en peligro no es la democracia, es la partitocracia.


Afirmaciones como las de Carmen Chacón no son sólo magnificación de los hechos para erosionar más la imagen del PP, también son un intento de despejar a córner y hacer creer que la  democracia sigue necesitando unos partidos políticos omnipotentes. Se trata, en definitiva, de alargar la Transición y seguir disfrutando del poder. Quizás mi percepción está equivocada, pero yo diría que, a diferencia de lo que ocurría en el año 36, hoy en día los demócratas sumamos una mayoría aplastante. Quizás ya deberíamos dar la Transición por finiquitada y ponernos a hacer unas leyes más acordes con los tiempos que corren.