“Por el momento solamente quisiera entender
cómo es posible que tantos hombres, tantos burgos, tantas ciudades, tantas
naciones, soporten a veces a un solo tirano que no tiene más fuerza de la que
ellos le dan, que sólo puede perjudicarlos mientras ellos lo quieran soportar y
que no podría hacerles ningún mal si dejara de sufrirle todo, como lo sufren
por no contradecirle.” [1]
El año 1548, en la antigua provincia francesa de Guyena, tuvo
lugar la llamada Revuelta de los Pinauds, o Revuelta de la Gabela. La
gabela, el impuesto que gravaba la sal, era uno de los impuestos más odiados en
Francia, no solo por el hecho de que la sal era un bien indispensable, también
porque su comercio era monopolio del Estado y porque los encargados de recaudarla
eran a menudo corruptos. La extensión del impuesto en el suroeste francés, zona
de marismas donde tradicionalmente se había comerciado de forma libre con la
sal, provocó una serie de detenciones por contrabando y pequeñas revueltas que desencadenarían
la gran revuelta del 1548.
Los recaudadores del impuesto fueron
cazados y asesinados en varios pueblos de la región a la vez que en Burdeos, la
capital, estallaron violentos disturbios donde fueron asesinados el gobernador
del rey y una veintena de oficiales. El rey Enrique II, con tal de imponer un
castigo ejemplar, envió un ejército comandado por Anne de Montmorency para
aplastar las insurrecciones y reprimió fuertemente la ciudad de
Burdeos. Se suspendió el parlamento, se requisaron las armas, y se impusieron
unas multas exorbitantes. Ciento cuarenta personas fueron condenadas a muerte,
muchas otras fueron azotadas mientras en los campos, los líderes rebeldes eran
colgados.
Fue probablemente, todo aquel contexto de
desmedida represión lo que inspiró a un muy joven estudiante de abogacía de la
Universidad de Orleans a preguntarse cómo la voluntad de todo un país podía ser
doblegada por la de un solo hombre. De aquellas reflexiones surgió el Discurso
sobre la servidumbre voluntaria, un panfleto escrito por Étienne de
La Boétie (1530-1563) que marcó el inicio de la teoría política francesa.
La Boétie quiso desentrañar los mecanismos
psicológicos que llevan a los pueblos a someterse a la voluntad de un solo
hombre, por más cruel y arbitraria que ésta fuera. Una servidumbre de la que se podrían
librarse fácilmente dada la correlación de fuerzas. En otras palabras, quiere
descubrir el misterio de la obediencia civil, que lleva a la masa a
permanecer esclavizada, a dar su consentimiento a la propia opresión y
suministrar al tirano los instrumentos para llevarla a cabo. La servidumbre
voluntaria es un "vicio monstruoso" contrario a la razón y al impulso
natural hacia la libertad.
Para La Boétie el principal motivo que lleva a la
servidumbre voluntaria es la costumbre. Los que nacen en la esclavitud y no han
conocido otra situación, la toman por el orden natural o la voluntad divina, y no sospechan la propia
capacidad para cambiar una realidad injustamente desfavorable. Acostumbrados a
la esclavitud, los hombres pierden el valor de luchar por la libertad, aún más,
pierden el valor de desearla.
Los tiranos, por su parte, utilizan varios
sistemas para perpetuar la obediencia. Desde una mistificación del gobernante
que atribuye un origen divino o mítico en su poder, hasta la provisión
asistencial de alimentos y de entretenimiento de baja calidad, el panem et
circenses de la Antigua Roma; pasando por la restricción del acceso a la
educación, la represión de la disidencia y el mantenimiento de una casta
jerárquica de empleados estatales que venden su fidelidad a cambio de
privilegios. Así, el deseo natural de libertad del ser humano es doblegado por
la fuerza de la costumbre sumada a la propaganda ideológica, los espectáculos
narcóticos y la obstaculización del librepensamiento.
Se trata de una obra paradójica en
diferentes sentidos. Empezando por un título que confronta dos términos en
principio antagónicos como "servidumbre" y "voluntaria". Es
en este punto donde radica la originalidad de la obra de La Boétie, al entender
que la tiranía es una consecuencia de la voluntad de los súbditos y no de la
del tirano. De esta tesis se desprende una visión pesimista del ser humano, por
el hecho de caer inevitablemente en el vicio de la servidumbre llegando a someterse
a condiciones totalmente indignas. Esta visión pesimista contrasta con el
optimismo antropocentrista que imperaba entre los humanistas del Renacimiento y
situaría a La Boétie en la línea de pensadores posteriores como Thomas
Hobbes. Pero del Discurso también se desprende una exhortación a
librarse de la tiranía y cierta esperanza en el papel de la educación y del
librepensamiento, y eso lo situaría en la línea del humanismo de los ilustrados
del siglo XVIII.
Aún podríamos señalar una paradoja más:
aunque después de terminar sus estudios La Boétie se convirtió en un fiel
servidor del orden y de la ley, su escrito se convirtió en un llamamiento a
la desobediencia fundamentado en un derecho natural a la libertad; un
llamamiento que, aún hoy, mantiene un gran poder subversivo.
Es raro leer algo sobre La Boétie donde no se remarque lo muy amigo que era de Montaigne
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